jueves, 8 de diciembre de 2016

CERVANTES


                                                                           Con voz tan entonada y viva,
                                                                            que piensen que soy cisne y que me muero.

                                                                                            Miguel de Cervantes

          Sin gloria ni fortuna regresó de Argel.
          Llevando ya la cruz de la tortura
          y sintiéndose libre de los muros
          retorna, haciéndose valer por sus honores.
          Y en Écija arribó
          requisando de oficio toda suerte;
          ganando por centímetro cuadrado
          la misma paga que dan los sinsabores.

          Y aquel hombre de amor y de bondad
          como es notorio, de persistencia dura,
          se fue llenando de todo lo execrable
          y aquellas enseñanzas que dan los desengaños.

          Halló trapisondistas a millares
          y se topó de frente con la curia
          o todo el infortunio que dan los privilegios
          marrulleros, la excomunión, de pronto, por azote.
          Hizo cumplir las leyes con la ley: eso hizo.
          Y por poco le dan el purgatorio para él solo...
          Y empezó a platicar con Sancho Panza
          y a pensar en voz baja, igual que don Quijote.


De mi libro "Con el calor de la mirada"  Guadalturia 2015  pág. 31

domingo, 16 de octubre de 2016

EL ZAGAL DEL PASTOR



                Recuerdo a un niño, que hace algo más de seis décadas era el zagal del pastor. Y como niño que era, se tomaba la libertad de jugar entre los matorrales y saltar de piedra en piedra, como un pajarillo suelto por el campo, mientras cuidaba de las ovejas con su padre. Y entretanto, iba asimilando los peligros que podían acecharle por los senderos y los peñascales, a veces resbaladizos. Le calzaban sus pies unas alpargatas azules que le duraban nueve días: tres nuevas, tres rotas y tres esperando otras.
                No sabía leer ni escribir su nombre. Tampoco tenía motivos que le llevaran a ese menester tan necesario y valioso como es la lectura, puesto que en casa no veía que nadie leyera ni siquiera una factura de la luz. Vivía rústicamente en el campo con sus padres, cuidando del rebaño. Carecía de amigos y relación con niños de su edad, con los que pudiera compartir los juegos propios de la etapa infantil. Pero en invierno soportaba las inclemencias del frío y la lluvia, que eran muchas; y asimismo sufría el agobio del sofocante e insufrible calor del verano. Sin embargo, era consciente del comportamiento y los cambios estacionales del año, aun desconociendo los conceptos de la medición del tiempo, y las causas del amanecer y anochecer de los días.
                La primavera le parecía la estación más hermosa. Quizás porque, con el brillo de su colorido se llenaban los campos de luz y de belleza, haciéndose más alegre con el canto de los pájaros y el revolar constante de las golondrinas, que él espiaba, cuando éstas iban casi rozando en su vuelo, las hojillas de los floridos herbazales. La vida de su infancia no podía ofrecerle otros alicientes distintos a esas observaciones, y los juegos que pudiera inventarse, mientras contemplaba los cambios propios de la Naturaleza, que de tanto observarla, le eran tan familiares como el balido de las ovejas.
                Pero una de aquellas primaveras algo le hizo cambiar al niño para siempre. No sabría decir ni explicar si era abril o mayo… Pero sí recuerda que la Naturaleza estaba florecida y que la luz de aquel día era radiante; cuando su padre, con el cabrero liaba un cigarrillo. Y fue entonces, que Manuel, el cabrero (que así se llamaba), cogió del suelo una hoja de periódico, disponiéndose a leer lo que allí se decía. El niño observó y vio aquello como una cosa que le atraía poderosamente y le maravillaba. Había descubierto el encanto de la lectura, tras los tres símbolos inconfundibles del diario ABC de la época, cuyo significado, desconocía por entonces, pero que en adelante llevaría como indelebles signos en su memoria.  
                Pudo ser la luz o la belleza de la primavera lo que despertó en aquel niño la maravillosa curiosidad, o el acto en sí del cabrero, que sin pensarlo, se aplicó a la lectura en presencia de todo el campo…, inquietando y moviendo el espíritu del niño hacia aquella cosa nueva y extraordinaria para él, que se diría a sí mismo, "si el cabrero puede leer lo que se dice en esa hoja, por qué no habré de hacerlo yo”. Y de ese modo, cuando llegó por la noche a casa, después de encerrar las ovejas en la cerca, se arrimó a su madre y -como si de implorar un juguete se tratara- le dijo: “mamá, yo quiero aprender a leer”. Y a la semana siguiente, el niño tenía en sus manos “La cartilla primera”. Y en ella, pronto aprendería las primeras letras del abecedario con ayuda de su padre, leyendo: a, e, i, o, u; ma, me, mi, mo, mu; mi mamá me mima…
              Y aquel niño que hoy me trae su recuerdo, fue creciendo. Y con el tiempo, pese a los obstáculos que debió salvar, sin haber ido a la escuela, aprendió cosas bellas de la vida, y otras no menos hermosas que le enseñaron los libros. Observó disciplinas abominables que practican los hombres, haciendo que los estómagos enrabien de indignación. Y es por ello y con ello, que alguna vez, se le oye decir aún: “cuando debieron enseñarme El Padre Nuestro, sólo me adiestraban en guardar ovejas”. Pero hoy sigue soñando todavía. Sólo que a veces, no sabe cómo entenderse bien con el rebaño.


miércoles, 17 de agosto de 2016

SONETO MEDITARRÁNEO



          Estas aguas de cunas maternales
          idearon el nombre de la arena,
          los tributos, la sed de la galena
          y los dioses, partidos en rivales.

          Y también la muralla y los puñales,
          la Epopeya de Roma, esa cadena
          que fue prosperidad para la escena
          y el soñar con las cosas ideales.

          El pensar como ser y no ser nada.
          Esa diversidad del pensamiento
          que florece en la edad con la mirada.

          La que pone en los ojos la escritura
          con la meditación y el argumento,
          la palabra, los hombres, la aventura.


Del libro "Con el calor de la mirada" página 72.  Guadalturia Ediciones 2015    

domingo, 24 de julio de 2016

Disertación de lo solo



Disertación de lo solo, Ramón G. Medina

Publicado el 2 de Mayo, 2016 en Sur de Córdoba 
                                                              
                                                                Todos se habían muerto. No quedaba
                                                                 nadie vivo en el mundo salvo un niño
                      que lloraba y lloraba día y noche.

                                        Luis Alberto de Cuenca

Recordaba palabras que había oído. O que había leído en páginas de muchos libros olvidados ahora sobre los anaqueles. No podía decir, o quería declarar, que no estaba formado por la idea de un solo hombre. Tampoco que pudiera agradecer a todos la imagen que del mundo le habían hecho. Aunque sí toda colaboración le era valiosa. Sobre todo en lo fundamental, hasta crearse un sólido pensamiento acerca de la diversidad de sendas que podía ofrecerle la universalidad de los hombres: el sentido de la observación. Sabía ahora que, de ese gesto supremo y vivo emanaba la parte esencial que concierne al universo de los mortales. Sabía ahora, que “no sabe más de mundo aquel que lo vivió, sino aquel que lo observó”. Y a cada paso se apoyaba en ese ánimo de idear y entender el valor de cada acto. La simbiosis de concebir serenamente la imparcialidad y el sentido honesto de la vida.
Aquellas páginas y palabras que recordaba, le demostraban una y otra vez, y con más firmeza cuanto más las meditaba, que el universo de los hombres, era cada vez más vulnerable y propenso a un miedo necesario en cada uno, para inculcarse en sí mismos la coherencia vital en todos colectivamente, como alivio cómplice de actitud cordial: vive, y deja vivir. En ese sentido, cada vez que observaba el parecer de los actos y las cosas, éstos y éstas se le representaban menos ecuánimes. Más delgadas en generosidad. Le era forzoso apreciar la escasez favorable al significado pleno del hombre. Nosotros éramos todos. Lo todo era un descubierto de lo solo. Y lo solo… todo. Y entonces, ¿qué? Era todo acaso la eterna disertación del disimulo. Lo falso y encubierto hipócritamente de todo valor ausente y equitativo. ¿Esto era el hombre? Una disertación convencional de lo solo, desencadenando el oscuro abismo de lo inhabitable. Quizás el temor infinito al porvenir inexistente. El horror a la perseverante e inarmónica  perversidad.
Desde tiempo atrás, cuando descubrió por primera vez los sonidos de cierta música clásica, entendió que el cerebro humano era una forma modelable. Es decir, educable en el sentido más hondo y constructivo para el devenir. No sabía el porqué de aquel efecto, pero notó la vibración de su espíritu en forma de temblor y felicidad. Entonces entendió: el hombre es un barro que se ahorma, según el alimento que su cerebro percibe desde su infancia. Quería decir vasta educación. De ahí aquel pensamiento genuino que nos viene a decir: cada uno trabaja según el país que quiere o necesita. ¿Qué país quieres tú? ¿Qué país es el que tú necesitas…? Pues solo es preciso trabajar para él. No para la raza. Sino para la paz de tu espíritu y la cordialidad colectiva.   
Le faltaba reflexionar sobre si el hombre, nosotros, éramos un valor para la Naturaleza o un obstáculo para su desarrollo. Lo solo ya lo era irremisiblemente. No el principio o lo único aniquilable, amenazado y puesto en práctica para su ejecución. El inevitable perjuicio de lo genuino. Lo auténtico, basado en la verdad. ¿Era un valor el hombre, o éste se había inventado el significado de los valores, haciéndose a sí mismo, garante de su propia involución? No encontraba episodios de sincera humanidad. ¿Se desconocía acaso esa elevada cualidad, que hace a los hombres casi eminentes y admirables? El llanto y la queja no le parecían ya hechos relevantes de franca sinceridad que conmoviera. Mejor una patente disertación en grado superlativo de lo solo, ante la irreconciliable amistad de la insolencia. ¡Qué solos ahora! Recordaba aquel casi soliloquio del insigne poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! ¿Los muertos…? ¡Qué vivos, los vivos… y qué solos!






jueves, 14 de julio de 2016

OLIVO

                                                 OLIVO                                

                                                                        A mi madre,
                                                                        que tuvo que coger mucha aceituna



                           He mirado la anchura del olivo
                  como puede mirarse la inauguración de una jornada.
                  Corteza del andar por esa historia
                  de los hombres, sus dioses, sus garrafas de vino,
                  su pan seco o sopitas de ajo. Sus mañanas
                  de frío, manos aceituneras sin guantes.
                  Esperanza, al fin, caída así como del cielo
                  para un trozo de pan, a veces frito
                  y otras, ni tostado y sin aceite.

                  Lo he mirado en la inmensa llanura y la ladera
                  poniendo el pensamiento en su dureza
                  y en la naturaleza que impone su labor.
                  También, porque mis ojos pertenecen al olivar
                  perdido, a aquella antigüedad de los cayados.
                  De las mañanas amontonando piedras,
                  plantando cara al sol y a la escarcha. A todo
                  lo que es ese silencio de la contemplación
                  bajo la luna estéril de los soles de enero.

                 Y tú, árbol milenario, agotador de hombres
                 o paciente avizor de sus intrigas y conmemoraciones,
                 bien sabes de esa hogaza nutritiva
                 al pie de la candela con sabor a naranja.
                 A leña y matorral sobre la helada umbría,
                 cuando el sol amanece y desperezan las torcaces
                 impregnadas de invierno. Te he mirado, y al fin,
                 como en la edad de tiempos inefables
                 alzo por ti mi voz y arrimo a tu tronco mi costado.


                    Del libro "Con el calor de la mirada" (Guadalturia Ediciones 2015), página 48    

lunes, 20 de junio de 2016

AHORA

Ahora que el tiempo nos deja vislumbrar
lo que ya fuimos. O la suerte de ser omnipresencia,
memoria de los hombres,
el cuerpo ya restituido de las causas.
Esas que son las utopías, los derechos del bien
o las hostilidades que son el ultimátum.

La amenaza total de la paloma,
de los niños desnudos, la materia explosiva
o esa desigualdad de la Edad media
y de la Edad de siempre, que nos ocupa espacio,
dignidad o piedra, la tortura o todo.
Y el no saber dónde gastar el tiempo que nos queda.

Ahora que hay más de todo y la maldad
de siempre o más de la que hubo,
(sin que sirva de precedente...)
deberíamos coger un libro cada tarde
y ser felices.


Del libro "Con el calor de la mirada", página 54   

martes, 14 de junio de 2016

Con el calor de la mirada

Ramón G. Medina 

Por Francisco Vélez Nieto

"El mundo aparece ante mis cinco sentidos, y ante los tuyos que son las orillas de los míos" 
                                  Miguel Hernández



Altura a flor de trigales,  amapolas, llegará la grana,  sembrado poético de Ramón G. Medina, poeta y prosista, salida con brillo propio ofreciendo       sencillo resplandor de claridad ascendente. Su primer libro de poemas sólido y humano.


 Voz de resonancias en el amplio mundo de la lírica, abarcador de una  variedad palpitadora de sensibilidades con poemas tallados desde la constancia, poseídos de expresión meridiana, sentida, gracias el rico fruto de la experiencia didáctica en su oficio de artesano de mucho oficio,  solidario en la riqueza que día a día viene calmando su sed y saber en el rico manantial de la buena lectura y el recreo contemplativo de lo natural: “Deja que mire la mar / que al verla yo me consuelo / por que encuentro la llanura / besándose con el cielo”

 Con este son de camino que se abre al andar van llegando sus aromas “Como heridas hojas de otoño, que fueron haciendo su honor por la senda callada de poemarios corporativos”.
En su poética la presencia del hombre como protagonista resulta ser la constancia de lo humano, que protagoniza la identidad “meditada sobre el curso de las ideas”, con las que el poeta sostiene su vivir y desvivir de lo interior de la diversidad de su propio yo mostrando el rodar de su expresiva existencia meditada: “El tiempo es el camino de los hombres. / Donde todo se encuentra y revenderse / y donde acaba siendo el todo / y alguna dignidad. Viento que pasa / sobre  calcado escrito e insondable. / Bien merece su copa la ambrosía / y el duelo del fandango melodioso, / con su mármol de luz, / su persistencia, / la voz y el signo de la blanca gubia / con que erige la Gloria de El Quijote”

Amigo de hondas entrañas, corazón y sentimientos; no es ni ripio y en absoluto tópicos al uso, todo resulta mármol de sólida cantera compromiso de sereno poeta social  que nivela el hecho de ser extendiendo su  mano  amistosa, apresando por el colorido abanico de su pasión por la naturaleza: “Si fuéramos abril...vana esperanza / que la naturaleza nos deniega. / Seríamos un dulzor sin precedentes, / una gota de sed dentro del agua”  Insobornable en ella se refugia para sostenerse con suplicante sencillez lírica: “Amanéceme. Se mi asilo /. Espejo de unánime esplendor / y encúbreme bajo toda  luz”

Ramón G Medina, vio la luz allá por Almadén de la Plata, y en  esa preciada geografía ya de niño inició su andadura por los senderos de la vida, donde la búsqueda del pan de cada día no era una metáfora poética, sino la señal imborrable de toda niñez marcada por los signos de personajes de Arniches en los Caciques. Las  madrugadas de la lucha por la vida de criatura barojiana que se alimenta de la copla y la  canta:


“Dejadme ese camino que es flor y que es lo verde.

Que quiere ser la noche o que ha de ser el agua.

Esa costumbre viva donde yo sé encontrarme

con la luna celeste que acompaña.”


Reseña que dedico con alegría a “Con el calor de la mirada” a modo de saluda por la vereda ancha de la poesía de este Ramón, dueño y señor de estos poemas, que nos saludan como hojas de otoño que parecen anunciar en su caída los futuros versos de una cercana primavera en otro de sus variados poemarios.
  
Publicado también en Sur de Córdoba                      
                                                                                                                               

jueves, 2 de junio de 2016

BORGES



Este Borges de siempre no declina.
Es conciso. Se interna en la lectura
de los libros. Y en su magistratura
nos declara fervor y disciplina.

Nos inunda su voz. Nos encamina
hacia ríos de tinta y escritura.
Indagando su hacer, su asignatura
nos infunde valor en la retina.

Y nos habla de dioses y de glosas.
De su fascinación por lo profundo,
inquietando por hombres y por cosas.

Si dichoso no fue ser tan fecundo,
sus lecturas son pétalos de rosas
que propone sembrar para este mundo.


    Del libro "Con el calor de la mirada" página 65

miércoles, 25 de mayo de 2016

Ala de inspiración o Granada

Era sólo la forma o el poema.
Y aquella luna nueva que llega hasta la Alhambra
cortejada de estrellas nupcialmente.
Quizás, dentro, Granada, sin límites
sobre el nivel del mar restituida.
Y en cada plenitud de la blancura,
lo que nunca se dijo de lo hondo de los ojos:
lo que se ve y se aleja quedándose ya dentro,
como un azul que nos mirara
de lo que ya era blanco
porque era lo rojo de Granada.
Limitación de ser lo singular,
lo único que brilla como perla o rubí
dentro del aire, como una precisión
para ser sólo vida en medio de los siglos
o poesía inaccesible
(gota de agua, espacio o cal iluminada),
lo que es antiguo y caro,
mármol y yesería o creación mínima
y estancia de los dioses.

"Con el calor de la mirada" portada de mi libro de poesía.



A este libro variado en su conjunto, han ido llegando sus poemas como queridas hojas de otoño, que fueron haciendo su honor por la senda callada de poemarios corporativos. Desde ella, sin queja o con dolor, el consuelo de la memoria, hecha gratitud, se consolida en lo que fue el corazón de todos; aireando el perfume de sus fluviales y rosáceas amapolas.
     Nada en ello su color sustituye la interrogación de su variedad, pese a los inconexos registros que lo integran, ya que fueron ejecutados en momentos de distintas conjeturas. A sus poemas, unos más que en otros, el hombre aflora con su presencia y fondo reclamado. Y es unánime en cuanto a los ejemplos alusivos de participación o inclusión definitiva del lector, aunque sin derecho a nada que lo justifique.
     Todo coincide en una identidad meditada sobre el decurso de las ideas. Aconteciendo su cordial significado en el lugar común de los copiosos atardeceres. Donde aparece la germinación del oportuno verso inesperado. A veces conmovido, como atributo fundamental del íntimo proceso evocador.
     A ellos, estas líneas de agradecimiento, por haber hecho posible su floración. El encuentro en todos los lugares vinculados, hoy, como evocación, me ayuda con el mismo gesto emotivo, a exteriorizar mi mejor manera de reconocer el gratificante acierto de haber existido. Este libro es buena muestra de lo que puede representar en los hombres la pasión inequívoca que ocupa el ancho merecer de la felicidad compartida.

                                                                            El autor
     


                                                   
                                       
Guadalturia Ediciones. Primera edición, Otoño 2015







lunes, 23 de mayo de 2016

Aquí estamos



Aquí estamos. En este sitio cálido.
Donde arrullan las aves
cuando el sol amanece.
E invitando a querernos por la tarde.

Yo creo que estoy aquí y que te miro,
desde que sale el sol hasta la noche.
Aunque a veces parezca
que están todas las luces apagadas.

                                   Inédito