domingo, 5 de diciembre de 2021

 

SONES FLAMENCOS

            El pasado domingo, 28 de noviembre, con más de año y medio sin actividad, debido a la consabida pandemia del covid, la Tertulia Cultural Flamenca Jumoza 3, abrió sus puertas con ilusión y ánimo de poder arrancar y continuar en la trayectoria natural e ilusionada de trabajar sobre cosas que muevan el corazón flamenco con sus actividades, y ganas de enriquecer, en lo posible, la necesitada cultura flamenca, viéndose, como parece, cierto vislumbre de continuidad para realizar ese despegue, tan necesitado, pese a los parones que se oponen al curso de la normalidad.

 En este caso, las puertas de Jumoza 3 se abrieron para dos notables eventos: el primero de ellos, con objeto de homenajear al socio de más veteranía, y actualmente socio de honor: don José Álvarez Herrejón, a quien le fue impuesta la Insignia de oro (del bueno), emblema distintivo de la Peña, de manos de su Presidente don José Scott, y el Tesorero don Carlos Lacave; por su constante trayectoria como socio y colaborador incansable en facetas altruistas y menesteres del buen aficionado, según acontecer y circunstancias, siempre presto con su disposición colaboradora de unir esfuerzos. Dicho sea a veces, hasta para los delicados trabajos de limpieza o de ir por tabaco, con tal de que el funcionamiento y la afición flamenca prevalezcan en bien de la buena marcha de la susodicha comunidad de nuestro arte andaluz más genuino. Y dicho sea por su valiosa y esmerada labor, el agradecimiento de socios y aficionados, con este sincero y merecido reconocimiento.

La siguiente intervención vino de manos del acontecer flamenco. Atendiendo al circuito Andaluz de La Federación de Entidades Flamencas de Sevilla 2021; Instituto Andaluz del Flamenco y epígrafe “XI aniversario de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad”, como Homenaje al Flamenco y sus Grandes maestros. Que en este caso nos congratuló la voz genuina y pura de la mejor marca, rasgada y profunda. Jonda, se dice en los mejores pozos de la sabiduría flamenca. La voz de Samuel Serrano. Pienso que, joven promesa para el mejor deleite del futuro flamenco. Casi abandonado y medio desprestigiado, por ahora, al menos, desde mi punto de vista social. 

 Le acompañaba al toque, la guitarra del también jovencísimo guitarrista, Paco León. Quien con su intensa brillantez de notas llenas de preciosismo, nos hace soñar con la caricia de sones que se cuelan y hacen que el corazón se mueva a mayor velocidad. Sin duda, este binomio de buen compás, hondura y raza, me hace pensar en buenos augurios para su futuro artístico y mejores placeres para el buen oído del enamorado duende gitano. Porque sin duda aquí hay duende y sentimiento. Aunque para mí, haya sabido a poco. Pero esto pertenece a otro Lope. Quiero decir que me quedé con ganas de más cante. Lo que indica que habrá que repetir. Fueron seis palos. Hondos, sentidos, poderosos, de magistratura gitana. Ignoro si es necesario su esfuerzo al cantar. Pero desde luego voz entregada y estremecedora, no falta. Me resultó grata esta forma de hacer el cante sentido de Samuel Serrano. Y esto se notaba en la satisfecha ovación que hacía brotar del público asistente, en cada interpretación.

            Salud, para seguir escuchando la portentosa voz de Samuel Serrano y los prodigiosos sones de la atenta guitarra de Paco León.

miércoles, 24 de noviembre de 2021

                                        LA MIRADA DEL VINO


                                    Se abren las luces del corazón

                        y dibujas una flor en los labios

                        para evocar un nombre. La saeta

                        se diluye en la puerta del tiempo.


                        Se oprime el sueño y se escapa el aire,

                        mientras se abre una luz de imposibles

                        reminiscencias. Retorna lo incontable

                        y refluye en la piel de la memoria.


                        Silba el viento y gimen los barrotes

                        del alcázar, las formas, los deseos...

                        Los vasos airados se fragmentan,

                        y el vino espeso entra con la copla.


                        Sabemos gravitar los aposentos

                        con la magia del vino en la taberna,

                        y, a la Palma de oro, concurrimos,

                        porque el verso nos mueve y nos congrega.


                        Sobran la queja y las melancolías.

                        El vino es una forja de semblantes.

                        Tendrás que acostumbrarte a su mirada

                        y dejarte llevar por sus hechizos. 

                                                                

miércoles, 18 de agosto de 2021

                            AL HOMBRE DE LA SIERRA DEL SUR


                            Desde el estrecho valle

                            la pedregosa sierra se remonta;

                            y el hombre que camina

                            -lleva la piel curtida por el sol-

                            y la esperanza puesta.

                            Arrugada la frente campesina

                            de mirar el vacío, la ausencia de la vida.


                            De Carcabuey hasta Doña Mencía

                            delante de su mula.

                            Espera la cosecha; mira al cielo,

                            y suspira... ¡La vida es dura!

                            Y sigue caminando detrás de la perrilla,

                            que huele los majuelos crecidos

                            al borde del camino. Sueña.


                            Los álamos se pierden a la vista.

                            -Es la fisonomía de su estructura-:

                            Luque, Zuheros, Cabra y Priego

                            de Córdoba callada, con Iznájar

                            y Rute. ¡Qué buen vino del Sur!

                            Parece que brota la semilla romana

                            y árabe andaluza. Amarillea la tierra

                            con la que lucha el hombre a la porfía,

                            sabiendo que al final será vencido.

 

                                         (Del libro "Con el calor de la mirada"                           


 



lunes, 14 de junio de 2021

LLEGÓ AL FINAL DE LA CALLE

     Había apostado por no jubilarse hasta alcanzar los 65 años de edad. Trabajó toda su vida lo que puede trabajar un hombre honrado que es conforme y acorde con su familia, su trabajo y sus obligaciones sociales. Y aunque pudo prejubilarse como habían hecho muchos de sus compañeros, acogiéndose a planes y programas de prejubilación, no lo hizo. Resistió con entereza rigurosa y honestidad en su puesto de trabajo, llevando con integridad el peso laboral que suponía trabajar desde los dieciséis años, con que empezara de aprendiz. Cualquiera podía calcular con afectivo amor, las veces que presionara con sus dedos las teclas de la máquina de escribir. Todo un mundo de adivinaciones y cálculos de oficina podía desenmascarar su completa y admirable vida de labor incuestionable y ancha.

     Y aquella tarde, después de los trámites burocráticos, y habiendo recibido de mañana la notificación certificada por correo, de que eran conformes los requisitos para su jubilación, se miraba a sí mismo con no cierta rareza ante aquella nueva vida que tenía por delante, para disfrutar el resto de los días con los suyos. Más aún, se sentía con una cierta extrañeza, cuando saludaba a sus vecinos y amigos en horas que nunca lo había hecho en días laborables. Días ahora de exquisito ocio y apacible vida sosegada.

     Pensando y divagando sobre ese nuevo estado de su situación, ganado con desvelo, tesón y dignidad, echó a andar calle adelante, reflexionando sobre cómo disfrutaría aquel resto de vida que aún le quedaba. El sol, se estaba trasponiendo a espalda de los cerros y mercados lejanos, dejando ver los últimos sonroseos a la vista, mientras él iba observando la opacidad de la tarde. Pensaba distraídamente si aquella nueva forma de vida, ahora ociosa, era real. Lo era, después de tantos años de trabajo. Saludaba y sonreía felizmente y satisfecho a quien se encontraba a su paso y seguía calle adelante. Meditando quizás, sobre todo, en aquella otra vida que dejó tras de sí sin dolerse, o pensando tal vez, en la primera mensualidad de pensión que le llegaría a fin de mes. Avanzaba por la calle, disfrutando de su feliz y vespertino paseo. Uno de los primeros que se permitía en aquella nueva vida a medio agotar, pero, previsiblemente, inagotable, para sus venideros y futuros días de felicidad con su gente y amigos.

     Llegó al final de la calle. Se detuvo junto a la última farola, aún sin encender. Contempló lo que tenía delante, y sólo veía el ancho campo perdiéndose a la vista, bajo el ennegrecido espacio de la oscuridad brumosa del atardecer. Detrás estaba su barrio. Donde vivía desde que fundara su familia y había sido feliz. Esa fue toda su vida. En la que ahora, ya libre de trabajo y disciplinados horarios, tenía puestos sus pensamientos para emplearse a fondo y disfrutar junto a sus seres queridos cada hora que le dieran los días y las noches. Se dio la vuelta instintivamente para volver a casa después de una nimia reflexión objetiva. Apoyó su mano sobre la farola que estaba junto a él, mientras aún miraba el horizonte, lleno de alegría interior. Y en ese justo momento, en aquel infortunado instante de la adversidad, el mecanismo que regulaba el alumbrado de la calle fue activado por la hora del reloj automático del tiempo. Y el hombre, calladamente se desplomó en el suelo a la velocidad implacable de la luz. Como si un rayo hambriento de muerte lo hubiese atravesado de repente. Y expiró.

(De "Mis microrrelatos")   

     

lunes, 5 de abril de 2021

                                   BAJAR AL ALAMILLO

                                              Bajar al alamillo con luz o con estrellas

                                         y avistar de un amor su silueta.

                                         Su desnudez rosada del verano

                                         en presencia de las brisas de otoño

                                         o la sombra de ensueño en las adelfas,

                                         y un cortijo sencillo y amoroso de cosecha

                                         con fe de crucifijo y alameda.


                                         Mirando la caricia de duda en el estanque,

                                         se presienten los besos en la orilla

                                         con la voracidad de los incendios.

                                         No sé por cuánto tiempo

                                         se pararon las aguas a mirarme.

                                         Pero sé que me hablaron de algún amor secreto.


                                         En el murmullo seco de las hojas

                                         presagiaba sus pasos y el mimo susurrado,

                                         consolando silencios con el dedo.

                                         Se percibe la voz de los amantes llamándose.

                                         Y en la orilla del río, que llega eterno,

                                         parece que se asoman sus miradas

                                         al lecho improvisado del amor imposible.


                                              (De mi libro: "Con el calor de la mirada")                                 

lunes, 29 de marzo de 2021

                LA HOJA DE LOS HAYKUS


            Luz del lucero                        Me miro en ti.                   Una escalera,          
           La cueva de la noche             La noche me persigue      un estante de libros
           Tus ojos negros.                     Huyo de mí.                       la calavera.
             

            No es nada grave,                  Cuánta ternura                Cuando me miras
            si un millón de poemas         se escapa cada noche        se encienden las estrellas
            dice que sabe.                        tras la blancura.                de orilla a orilla. 

        



            

miércoles, 24 de marzo de 2021

 Madre de todas las tumbas

Ramón G. Medina

Tenía que decir algo y no sonaba bien lo que decía, porque se oía a maldición, a improperio callado. Quería decirlo y no sabía cómo. Pero mientras, ardía a llama viva la tierra donde Schulten soñó la más antigua y misteriosa civilización de Occidente. Aquí todo es misterioso o lo parece. Hasta la Educación. La costumbre de los hombres parece misteriosa. Los actos y las conductas se convierten en acciones misteriosas que no son nada sanas. Yo pensaba esto, pero el monte ardía no sólo donde el miedo a no controlar las llamaradas era horrible. Esto es Onuba. También ardían las aurgitanas tierras de Segura, las bravas y cesarianas cumbres del romano León. Los Parques naturales. Veía arder toda Hispania y las honrosas extensiones de Lusitania antigua. Los parajes de las Lomas de Berrocal, mi pueblo, los veía en llamas cuando escribía esto. Creo que ardía todo. También el sitio de las sagradas tumbas. Donde estaremos, si hay sitio merecido. Pero salto en pedazos, me equivoco, grito, no puedo remediarlo. Soy vulnerable y te quiero, tú que lo sabes todo, ¿no puedes decir algo…? Callas, y mueves la testuz…

No sé nada, dices; y suena a término gastado por su uso excesivo en la tierra que arde cada día. Y digo: ¡cómplices!, en todo cuanto ocurre. Quisiera decir, lleno de amor insobornable. Pero miro, atrincherado, la querida y necesaria tripulación. Su esforzado y destructor sigilo, mientras llamea la tierra a cada instante; rota y resurgida de su infierno. Pensando en su regazo, que Dios era feliz con lo que hizo, antes del hombre. Viendo mi perfil reflejado en la pira, cansada de esperar frescor de lluvia o palabra de amor, conjugando belleza y crecimiento en aras de oronda sepultura. Y pienso: cada uno se sabe lo que hace en bien o mal frente al incendio. Lo que es hombre mirándose al espejo de su drama. Desdicha de rencores guardados en el miedo sin voz del delicado frío de sus inmundos huesos. Huyendo de su fobia a perder el poder gangrenado de su propia tragedia, perdiéndose en el monte. Donde habita el respeto a la belleza. Y donde la llama destructiva no dejará amor embellecido, ni luz ni esperanza verde. Sólo incierto camino plagado de sus odios. No quisiera decir, sin temor a fallar en lo que digo, que crecer o hacerse hombre es levantarse un día y ver que todo es podredumbre. Pero el viento se mueve y todo parece ya más cerca.

No sabías tanto de la Naturaleza, pero ésta por instinto, era tu misma cosa y ardor. Ni había redes sociales. Ahora sabemos hacer daño -nos dicen-. Aunque el hambre susurraba entre dientes: “Cuando arde el monte, algo suyo se quema, Sr. Conde o Sistema.” Pero uno era más niño que ahora. Yo dejé de ser niño hace dos días y ya casi ni me quiero. Y hoy ya se dice cuando se incendia el monte, “algo de todos se nos quema,” y hasta el mar arde de plástico inodoro. Su himno de desconsuelo se nos parte e implora luz, gaviota del aire que de sol se nos muere. Y algo que se acaba reclama vocerío, latido que no arde cuando llegan las llamas y se mira, sintiéndolo en penumbra.  

Nos hiciste adicto a la bebida y a otros vicios, comedia de cerrarnos los ojos, y no somos felices, Señoría. Medra la mentira, que estaba más oculta en el tiempo, y no era tan larga a la hora de la muerte. Las dudas casi inalcanzables, nos rozaban porque se era más bruto. Y he oído decir: ¡oíd la voz del Océano!; y su lento latido llega a todos en forma de lamento, como granada que se deshace con lentitud de hielo entre los dedos de nuestra mano hiriente. Claman sus ecos la barbarie con dolor de ternura, con queja conmovida por la infinita dejadez y el odio desatados. No parece silencio mientras brama el arroyo sin agua del verano, sin la sombra del lince mirando a la gacela en su costumbre de hierba. Y he oído su voz llena de arrullos, casi oyendo los llantos y los himnos antiguos, las vasijas de plomo, las baladas del monte en los atardeceres de la encina arrobada, como niño en su cuna. Y he pensado en voz alta: “Donde el amor se para crecen los hombres, las olas y los montes.”

Todo es tan chico -dice sin alivio, nuestra Naturaleza-, cuando nos da su trigo almidonado. Su perfecto gazpacho andaluz a la sombra de la era empolvada, sin asiento de piedra o casi nada, a sabiendas de ser Madre de todas las tumbas. Las olas nos devuelven su belleza dorada cuando acaricia el centelleo de sol y de amargura, tirando hacia la orilla de todo su escozor. Como diciendo que no tiene sentido un mundo sin amor, ardiendo en llamas de incendio arrasador y dando voces de hambre en la porfía, hasta ver quien se pone más gordo y más cebado, aunque lleno de incendios y de odios. Subiste los impuestos a grado de acabose cardíaco, y el trabajo se fue para Ultramares. Dichoso tú, que pudiste vender los olivares. Los cerdos. Y no diste comida. Ni hiciste Cortafuegos, circunscriebiendo fincas y lugares baldíos; y ahora arde el monte, Sr. Conde o Sistema. Te salvaste, no obstante. Pero no te has librado del alcance a la Madre del mar. A su sombra, que arde de plásticos mortales. Vida y luz de toda tumba. Suprimiste la asignatura de Ética y Conciencia, haciéndome a mí mismo, objetor de mi miedo a la Parasitología. Y ahora, ocioso, no sé por dónde pasa el Lodo. 

 



 

jueves, 11 de marzo de 2021

                                             CUANDO TUS OJOS ME HABLAN


                                         Cuando tus ojos me hablan

                                         no precisan traducción,

                                         porque habla el idioma

                                         que emana del corazón

                                         como en vuelo palomas.


                                         Y si acudo a tu mirada

                                         en esas noches de espanto

                                         que el corazón llora y llora,

                                         se me enciende de amapolas

                                         el trigo que da tu campo.


                                         Y cuando tiemblan las rosas

                                         que son el alma del viento,

                                         mi guitarra se enamora,

                                         y una copla y otra copla

                                         sale de mi pensamiento.                                                                                                                     

                                         Del libro  "Con el calor de la mirada" (Guadalturia 2015)

jueves, 18 de febrero de 2021

                                                               IN MEMORIAM     
                                     a Lorenzo Coullaut Valera


                                    He revuelto la historia de los hombres

                                    sin llegar a su fondo. Y es la tierra

                                    donde habita el olvido lo que he visto.

                                    Confieso su ignorancia y comprendo

                                    a Sócrates. Pero no importa ahora.


                                    El tiempo es el camino de los hombres.

                                    Donde todo se encuentra y reverdece

                                    y donde todo acaba siendo el Todo

                                    y alguna Dignidad. Viento que pasa

                                    sobre calculo escrito e insondable.


                                    Bien merece su copa la ambrosía

                                    y el duelo del fandango melodioso,

                                    con su mármol de luz, su persistencia,

                                    la voz y el signo de la blanca gubia

                                    con que erige la Gloria de El Quijote.


                                    Y por toda la luz de su legado;

                                    ¡esa que brilla ausente por el mundo!,

                                    bien merece del verso insobornable

                                    alguna gratitud; por lo perdido

                                    y por ser lo que es dable a la memoria.