A mi madre,
que tuvo que coger mucha aceituna
He mirado la anchura del olivo
como puede mirarse la inauguración de una jornada.
Corteza del andar por esa historia
de los hombres, sus dioses, sus garrafas de vino,
su pan seco o sopitas de ajo. Sus mañanas
de frío, manos aceituneras sin guantes.
Esperanza, al fin, caída así como del cielo
para un trozo de pan, a veces frito
y otras, ni tostado y sin aceite.
Lo he mirado en la inmensa llanura y la ladera
poniendo el pensamiento en su dureza
y en la naturaleza que impone su labor.
También, porque mis ojos pertenecen al olivar
perdido, a aquella antigüedad de los cayados.
De las mañanas amontonando piedras,
plantando cara al sol y a la escarcha. A todo
lo que es ese silencio de la contemplación
bajo la luna estéril de los soles de enero.
Y tú, árbol milenario, agotador de hombres
o paciente avizor de sus intrigas y conmemoraciones,
bien sabes de esa hogaza nutritiva
al pie de la candela con sabor a naranja.
A leña y matorral sobre la helada umbría,
cuando el sol amanece y desperezan las torcaces
impregnadas de invierno. Te he mirado, y al fin,
como en la edad de tiempos inefables
alzo por ti mi voz y arrimo a tu tronco mi costado.
Del libro "Con el calor de la mirada" (Guadalturia Ediciones 2015), página 48
que tuvo que coger mucha aceituna
He mirado la anchura del olivo
como puede mirarse la inauguración de una jornada.
Corteza del andar por esa historia
de los hombres, sus dioses, sus garrafas de vino,
su pan seco o sopitas de ajo. Sus mañanas
de frío, manos aceituneras sin guantes.
Esperanza, al fin, caída así como del cielo
para un trozo de pan, a veces frito
y otras, ni tostado y sin aceite.
Lo he mirado en la inmensa llanura y la ladera
poniendo el pensamiento en su dureza
y en la naturaleza que impone su labor.
También, porque mis ojos pertenecen al olivar
perdido, a aquella antigüedad de los cayados.
De las mañanas amontonando piedras,
plantando cara al sol y a la escarcha. A todo
lo que es ese silencio de la contemplación
bajo la luna estéril de los soles de enero.
Y tú, árbol milenario, agotador de hombres
o paciente avizor de sus intrigas y conmemoraciones,
bien sabes de esa hogaza nutritiva
al pie de la candela con sabor a naranja.
A leña y matorral sobre la helada umbría,
cuando el sol amanece y desperezan las torcaces
impregnadas de invierno. Te he mirado, y al fin,
como en la edad de tiempos inefables
alzo por ti mi voz y arrimo a tu tronco mi costado.
Del libro "Con el calor de la mirada" (Guadalturia Ediciones 2015), página 48
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