Se va haciendo de noche la mirada.
Y los ojos del tiempo, inapelable,
nos muda de costumbre o nos encuentra
en esa línea recta de dudas infinitas
que llegan deshaciendo la idea del difunto.
Alumbrando la dicha enajenada
deshace la memoria
y los ojos, que se miran por dentro de la piel.
Nos dejan la líquida sustancia de mirarse
que es el temblor unánime del tiempo.
Ese grito que llama sin forma ni camino
afilando rumores de extraño navajero.
Y todo es definido con su brillo de luz,
la sombra de una tapia
o la necesidad que esconde nuestro anhelo.
Pero el tiempo nos mira
haciéndose costumbre su mirada.
Y sus ecos consuelan el color de la tarde
que se deshace en musgo o metal
pisando el otro humus, la sed esperanzada.
Del libro: "Con el calor de la mirada" (Guadalturia Ediciones 2015)
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